Entre lápices minúsculos me muevo,
entre gomas de borrar ya desgastadas.
En retóricos pupitres me conmuevo
y en espejos de pizarras tan ajadas.
Dos escalones nimios daban paso
a la sala, que prestaba la intención
a un maestro, que huyendo de su ocaso,
tembloroso nos dicta la lección.
A ese viejo maestro, en la amargura
que le presta al final la confianza,
y sonríe, al recordar la travesura
de mil alumnos que mueven la añoranza,
de esa vocación sencilla y pura,
de prestar su vida a la enseñanza.
Andrés Manuel Pulido Gracia · España
mpulidog[arroba]gmail[punto]com
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