Entre lápices minúsculos me muevo
Entre gomas de borrar ya desgastadas
En retóricos pupitres me conmuevo
Y en espejos de pizarras tan ajadas.
Dos escalones nimios daban paso
A la sala que prestaba la intención
A un maestro que huyendo de su ocaso
Tembloroso nos dicta la lección.
A ese viejo maestro en su amargura
que le presta el final la confianza
y sonríe al recordar la travesura.
De mil alumnos que mueven la añoranza
de esa vocación sencilla y pura
de prestar su vida a la enseñanza.
Anónimo
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